A medida que la pandemia del coronavirus se propaga, expone las desigualdades de raza y clase social que existen en los Estados Unidos.
En California, el virus está afectando a los latinos de manera desproporcionada. El grupo representa el 39% de la población del estado, pero el 51% de los casos confirmados.
Los números son aún mayores en el Área de la Bahía. En San Francisco, los latinos son aproximadamente el 15% de la población, pero el 40% de los casos confirmados de COVID-19.
Recientemente, médicos y voluntarios evaluaron a casi 3,000 personas en el denso Distrito de La Misión de San Francisco para detectar el coronavirus. Las tres cuartas partes de los casos positivos eran hombres y el 95% eran latinos.
“Cero eran de la raza blanca,” dice Jon Jacobo, presidente del Grupo de Trabajo Latino (Latino Task Force) en COVID-19, un esfuerzo dirigido por voluntarios que opera en conjunto con la Universidad de California en San Francisco (UCSF por sus siglas en inglés). “El noventa por ciento de los que dieron positivo dijeron que no podían trabajar desde casa.”
Más de la mitad de los casos positivos en La Misión fueron asintomáticos, lo que significa que 1 de cada 50 personas que viven y trabajan en La Misión podrían, sin saberlo, propagar la enfermedad a compañeros de trabajo y a familiares.
Sin poder quedarse en casa
Hace dos meses, Socorro Díaz dejó de limpiar casas en Santa Rosa. Ella se ha adherido religiosamente a la orden de quedarse en casa. Pero la madre de tres hijos, de 39 años, ya no puede seguir dándose ese lujo.
“Honestamente no quiero trabajar,” dijo Díaz. “Tengo miedo de contraer el virus. Pero las deudas se están acumulando. Tengo que volver a trabajar.”
Cada vez que Díaz sale de la casa, la persigue lo que le sucedió a su familia que vive en el condado de Santa Clara, donde el virus se propagó rápidamente en el pequeño departamento en donde residen.
Unos días después de que su hermana llegara a casa de su trabajo en una fábrica de productos electrónicos, donde los suministros de máscaras se agotaron, los miembros de la familia comenzaron a toser.
“Primero mi hermana, luego su esposo, luego mi sobrina, su esposo, su hija,” dice Díaz. “Eventualmente toda la familia.”
Los ocho miembros de la familia se fueron a dormir sintiendo escalofríos y dolores de cuerpo. COVID-19 golpeó más fuerte al hermano mayor de Díaz. Los médicos lo conectaron a un ventilador hace dos semanas, y esperan que esté en la unidad de cuidados intensivos durante al menos otras dos semanas.
Enfermedades crónicas
En el Hospital General de San Francisco, más del 80% de los pacientes hospitalizados con coronavirus son latinos, los cuales generalmente representan solo el 30% de la población total de pacientes.
“Al parecer estamos viendo una situación de condiciones de vivienda densa, y desafortunadamente las personas tienen mayor riesgo debido a los trabajos que realizan, tener que salir de casa para ir a trabajar, y tener dificultades para distanciarse de los demás,” dice Vivek Jain, especialista en enfermedades infecciosas en el hospital.
Él dice que muchos de sus pacientes latinos sufren de enfermedades crónicas como obesidad, asma, hipertensión y diabetes, las cuales son factores de riesgo para COVID-19.
Adriana Villatoro Ortez sufre de asma y diabetes. Durante la orden de quedarse en casa, ella no salió excepto para ir al supermercado. El mes pasado, unos días después de haber salido a comprar comida en el vecindario Outer Sunset de San Francisco, comenzó a sentirse enferma. La mujer de 62 años tuvo náuseas, dolores en el cuerpo y ardor en las costillas durante tres días antes de que finalmente fuera al hospital con fiebre alta. Las radiografías y una tomografía revelaron inflamación en sus pulmones y espalda.
“Me dieron una gran cantidad de medicamentos,” dijo Ortez. “Algo para regular mi presión arterial, para calmar mi estómago y algo para reducir el dolor.”
Ella dice que las náuseas fueron tal, que le impidieron poder tomar líquidos o comer. Al cuarto día en el hospital recibió una prueba COVID-19 que fue positiva. Ese mismo día sus niveles de oxígeno en la sangre disminuyeron.
“Pensé que el virus iba a progresar, y no iba a librarla,” dijo Ortez.
Después de nueve largos días en el hospital, los médicos la dieron de alta. Ahora se está recuperando lentamente en casa. Ortez dice que su estómago todavía le arde por estar tomando tantos medicamentos.