Luna Guzmán se fue de Guatemala hace cuatro años para intentar llegar a California. Sufrió acoso sexual y violencia durante su estancia en un centro de detención de migrantes cerca de San Diego y luego contrajó COVID-19 mientras esperaba en Tijuana. (Cortesía de Luna Guzmán)
Nota de editorx: Pese a que la Real Academia Española (RAE) específica el uso del término transgénero para describir y abarcar todas las experiencias trans dentro del arco de la identidad de género, hemos decidido utilizar la palabra transgénera con la intención de usar un término que mejor corresponda a las experiencias e identidad de Luna.
Cuando cumplió 15 años, como tantas chicas en su pueblo en Guatemala, Luna Guzmán celebró con una quinceañera.
“Me prestaron el vestido de una compañera porque yo lloraba. Cada vez que íbamos a la escuela teníamos que pasar en frente de una tienda donde habían vestidos de novia y de quinceañera”, dijo Luna. “Yo siempre me quedaba viendo, hasta tocaba el vidrio”.
El vestido que pidió prestado era de color turquesa, con una falda larga. Se quitó sus zapatos tenis, se puso los tacones y una tiara y empezó a bailar con sus amigos.
Había un pastel, botellas de champán y chambelanes, chicos que se vistieron en trajes para acompañarla a la fiesta secreta en casa de un amigo. Ninguno de sus parientes estaba allí porque no podían imaginar a Luna como una niña transgénera.
Instantes de esa fiesta de cumpleaños perduran en la memoria de Luna como un tiempo en su vida en el cual sintió verdaderamente el placer y la libertad. Era algo para saborear una y otra vez conforme iniciaba la década siguiente, cuando vestía camisetas de fútbol y trataba de parecerse al chico que sabía no llevaba por dentro. Mientras lidiaba con una violencia brutal, decidió tomar el tremendo riesgo de dejar atrás todo en Guatemala y tratar de encontrar una nueva vida en California. Las memorias eran un lugar en donde ella podía imaginarse a salvo, siendo ella misma.
Conocimos a Luna en un refugio para migrantes en Tijuana dos años atrás y desde entonces nos hemos mantenido en contacto con ella, durante su viaje por la frontera, donde pasó meses detenida por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés), y su búsqueda por el amparo en México. Pasamos semanas tratando desesperadamente de localizarla en una unidad de cuidados intensivos después de que ella dejara un mensaje de voz en el que había sido diagnosticada con un caso severo de COVID-19. “Gracias por contar mi historia”, dijo con voz ronca y entrecortada, apenas se reconocía su voz . “Gracias por todo. Por contar mi historia. Si muero, ojalá que la gente un día se acuerde de mí”.
‘¿No puedes cambiar a tu hijo?’
Luna creció en las afueras de una pequeña ciudad en el área central de Guatemala, en una casa construida por palos y periódicos. Su madre vendía papas fritas en un carrito de comida y Luna ayudó a cuidar a sus tres hermanos, uno de ellos con discapacidades del desarrollo. Su padre no formó parte de su vida.
Luna contó que era una voraz lectora, pasando horas en la biblioteca de su ciudad. En la escuela jugaba a disfrazarse con otras chicas. Luna se transformaba en una mariposa, sus alas estaban hechas de pedazos de cartón que encontraba en las calles.
“La maestra siempre hablaba con mi mamá. Le decía, ‘¿Oye por qué no puedes cambiar a tu hijo? ¿No lo puedes llevar con un psicólogo? ¿No lo puedes llevar con un psiquiatra? Hace ver mal a mi escuela”.
Luna dijo que su madre la defendió al principio. Cuando confesó ser gay a los 14 años, su mamá brindó con una copa de agua de jamaica. Pero a medida que Luna crecía, su madre desaprobaba los vestidos y los tacones. Su hijo, ¿vistiéndose como una mujer? Para ella, eso iba en contra de la naturaleza. Entonces Luna volvió a vestir con camisetas de fútbol y pantalones cortos.
“Esos desprecios ahora los entiendo”, dijo Luna. “Ella tal vez quería protegerme”.
Octubre de 2007
A los 13 años, justo en la cúspide de su adolescencia, Luna fue violada por un hombre mayor que era su vecino.
“En un principio decía ¿por qué a mí? Explícame ¿por qué a mí? Si hay alguien ahí arriba por qué no me explicas”, suspiró Luna. “Pero nunca obtuve esa respuesta. Nunca la obtuve. Hasta hoy en día nunca la he tenido.”
Luna contó que poco después fue forzada a integrar una red de tráfico de personas y labor sexual. Algunos hombres de mucho poder en su pueblo la obligaron a entrar a una red de tráfico de personas. ¿Los clientes? Hombres mayores que pagaban cientos de dólares estadounidenses para dormir con niños pequeños y niñas transgénera.
El tráfico de personas y la explotación sexual están desenfrenados en Guatemala, y la Organización de las Naciones Unidas ha denunciado el alarmante número de menores de edad forzados a ingresar a redes de tráfico debido a la pobreza.
Pero no había nadie que la ayudara. Los proxenetas, según Luna, tenían vínculos con la policía y los principales funcionarios públicos de la ciudad. “Si alguien intentaba denunciarlos o presentar una denuncia, lo tiraban a la basura”, dijo Luna.
Muchos menores de edad en la red de tráfico de personas estaban infectados con enfermedades de transmisión sexual. Cuando tenía 16 años, Luna descubrió que era portadora del virus de inmunodeficiencia humana, conocido también como VIH. El acoso de la gente se intensificó en una ciudad donde ya se le había arrojado piedras y manifestado que se mantuviera alejada de los niños. Luna recuerda que, una vez, algunas personas la golpearon con tanta fuerza que le rompieron la clavícula y le dijeron que se comportara como un “hombre de verdad”.
“Mi pueblo es tan pequeño. No hay información sobre orientación sexual, sobre VIH”, dijo Luna. “No hay información de nada. Es muy cerrado (de mente)”.
Cuando cumplío 19 años, Luna cuenta que todavía la obligaban ocasionalmente a trabajar en la red de tráfico sexual. Al llegar a la edad adulta, comenzó a dar algunos pasos para recuperar el control de su vida. Se inscribió en un curso para convertirse en una bombero voluntaria.
Noviembre de 2014
Luna se graduó del programa de bomberos. Se sentía valerosa al rescatar personas de accidentes automovilísticos y apagar edificios en llamas. Pero luego, los otros bomberos descubrieron que era portadora del VIH y comenzaron a burlarse de ella con insultos homofóbicos.
Soñó entonces con una salida y puso su mirada en California. Había visto vídeos del enorme desfile del orgullo LGBTQ en San Francisco. Sabía que en California no podría ser despedida o desalojada por ser transgénera, tendría derecho a obtener una identificación con el nombre que deseaba y a usar el baño que coincida con su género. También esperaba poder ganar lo suficiente dinero para pagar su transición.
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Enero de 2017
Luna dejó a su familia, el departamento de bomberos, los vecinos y los proxenetas. Tenía 22 años.
Se subió al famoso tren que los migrantes llaman La Bestia, que viaja de la frontera sur a la frontera norte de México. No usó vestidos en el viaje. Como ha hecho durante la mayor parte de su vida, mantuvo su cabello corto y usó camisetas y pantalones cortos de hombre por seguridad.
Cruzando la Frontera Sin Un Respaldo Seguro
Agosto de 2017
Cuando Luna llegó al cruce fronterizo entre Estados Unidos y México en Otay Mesa, cerca de San Diego, le dijo a un oficial que estaba huyendo de la violencia homofóbica en Guatemala y que estaba pidiendo asilo. Sin embargo, sus esperanzas de sentirse protegida se desvanecieron al cruzar a Estados Unidos.
“Me entraron a unas oficinas. Y como a los 30 minutos me arrestaron en unas cadenas en las manos, en los pies, en la cintura”, dijo Luna. “Aquí te tratan como un criminal, solamente por eso. Se siente bien feo, te sientes como un zero a la izquierda”.
Los agentes fronterizos no determinan las solicitudes de asilo—eso sucede más tarde—pero son responsables de la transferencia de los detenidos en custodia de ICE, donde eventualmente hablan con un oficial encargado de procesar una petición de asilo. Sin embargo, los funcionarios fronterizos no marcaron la casilla en el formulario de admisión de Luna que indica que se identificó como LGBTQ, ni la casilla que indica que podría correr un mayor riesgo de abuso sexual durante su detención.
Fue entonces cuando las cosas empezaron a complicarse. ICE finalmente le asignó a Luna una cama en la unidad de hombres s en el centro de detención de Otay Mesa.
Diez días después de que llegó a la frontera pidiendo ayuda, un oficial del Servicio y Ciudadanía de los Estados Unidos realizó una entrevista de “miedo creíble”. Fue entonces cuando Luna dijo que a veces también se vestía como mujer. El oficial denominó su historia como verídica.
Semanas más tarde, una organización latina que apoya a las personas trangénero con sede cerca de Los Ángeles llamada Las Crisantemas envió una carta de apoyo a la corte de inmigración reconociendo a Luna como una mujer trans.
Sin embargo, Luna nunca fue trasladada a una unidad de detención para mujeres transgénera, a pesar de que en 2015 ICE había acordado mejorar los estándares para las detenidas transgénera, incluido el acceso a unidades separadas de la población en general.
“No la pusieron bajo la custodia protectora que requieren sus propios estándares”, dijo Allegra Love, abogada del Santa Fe Dreamers Project, quien ha representado a cientos de mujeres transgénera detenidas en los últimos años. Ella nunca fue la abogada de Luna, pero le pedimos que revisara su caso luego de que KQED demandó a ICE para obtener sus registros de inmigración.
“Si alguien les dice: ‘oye, mira, soy trans, tengo disforia de género. No soy del género que crees que soy’, entonces el gobierno tiene esta responsabilidad consentida por su propia mano de tomar eso en serio y proteger a las personas de un mayor peligro”, dijo Love.
Luna pasó meses en la unidad de hombres antes de que su caso de asilo pudiera ser escuchado por completo, meses en los que dijo que los otros detenidos la acosaban y menospreciaban repetidamente.
Tribunal de inmigración aplazado, largos meses detenida
Noviembre de 2017
Luna compareció ante la jueza de inmigración Olga Attia, asignada para la corte de inmgiración en 2017 por el entonces fiscal general Jeff Sessions. A Luna se le asignó un intérprete, pero ningún abogado. Si hubiera querido uno, habría tenido que encontrarlo y pagarlo por su propia cuenta.
En las grabaciones de audio de las audiencias en la corte de inmigración, Luna le dijo a la jueza que estaba preocupada de estar detenida durante tanto tiempo.
“Es que no siempre me dan la medicina que necesito para la enfermedad crónica que yo sufro”, dijo Luna.
“Desafortunadamente, no tengo jurisdicción sobre tales asuntos,” le dijo Attia. “Debe informar a los oficiales de detención de esto”.
Enero de 2018
Luna estuvo detenida durante cinco meses antes de poder presentar oficialmente su solicitud de asilo a la jueza Attia. Luego, la jueza le informó que no había citas disponibles para conocer la profundidad de su caso hasta otros cinco meses más.
Febrero de 2018
Después de seis meses detenida, Luna era elegible para salir bajo fianza. Los abogados de ICE no se opusieron puesto que ella no tenía antecedentes penales. La jueza fijó la fianza en 4,500 dólares, sin embargo, como muchos solicitantes de asilo, Luna no tenía forma de pagar esa cantidad de dinero.
“A mí me hace daño psicológicamente. Yo nunca he estado detenida, su señoría”, dijo Luna.
Marzo de 2018
Incapaz de tolerar su detención en una unidad de hombres, Luna realizó algo que jamás pensó que podría. Renunció a su caso de asilo y pidió ser deportada de inmediato.
“Voy a cumplir 8 meses de estar detenida en el centro de detención”, dijo Luna a través de un intérprete. “Me siento sola. No tengo palabras para explicarle, su señoría”.
Incluso cuando Attia aceptó el retiro de la solicitud de asilo, no estaba claro que la jueza entendía que Luna era transgénera. Después de que el intérprete explicó que Luna se refería a sí misma con el pronombre femenino, Attia siguió llamando a Luna “señor”.
“Sólo puedo imaginar la pérdida de esperanza que alguien experimenta cuando huye de un país donde la razón por la que su vida está en peligro es porque sus instituciones se niegan a reconocer quiénes son”, dijo Love, la abogada que ha representado a decenas de personas trans detenidas provenientes de Centroamérica. “Luego llegar con un sentimiento de esperanza a un lugar donde creen que van a recibir un trato diferente, y luego que los agentes del orden y los jueces, oficiales de la corte, los rechacen inmediatamente también”.
Si Luna hubiera decidido permanecer detenida y continuar con su solicitud de asilo, las probabilidades estaban en su contra especialmente sin un abogado. Durante el último año de la administración de Barack Obama, se denegó el 55 por ciento de todas las peticiones de asilo. Bajo la administración de Donald Trump, esas cifras subieron a un récord del 72 por ciento en 2020, según datos del proyecto TRAC de la Universidad de Syracuse.
Para los solicitantes de asilo de Guatemala, la tasa es aún mayor: el 85.8 por ciento de esas solicitudes son rechazadas.
Abril de 2018
En el avión chárter de ICE para transportar a Luna y otros detenidos de regreso a Guatemala, ella recuerda que tuvo un ataque de pánico, temblaba tanto que apenas podía caminar sobre la pista cuando aterrizó en Ciudad de Guatemala.
Luna dijo también que fue a quedarse con su hermana, quien se había casado con un cristiano evangélico. Sin embargo, después de unos días, su hermana le dio algo de dinero y le pidió que se marchara.
“No tienes un hogar conmigo como una hermana”, recordó Luna que su hermana le dijo. “Solo como un hermano”.
Noviembre de 2018
Luna se fue de Guatemala y poco a poco regresó a la frontera entre Estados Unidos y México, con la esperanza de encontrar un camino de regreso a California. Conocimos a Luna mientras se hospedaba en Casa del Migrante, un refugio para migrantes en Tijuana.
Luna dijo que estaba tratando de seguir adelante como lavaplatos en un restaurante donde el dueño hacía comentarios homofóbicos. También luchaba por encontrar una clínica donde obtener su medicamento contra el VIH sin una identificación mexicana.
Las suelas de sus zapatos se estaban desgastando y vestía una camiseta de fútbol, su cabello era muy corto.
“Soy una mujer transgénera, pero no toda mi vida voy a vivir vestido como un niño. Yo quiero que el día de mañana todas las personas que me conocen digan , ‘Luna. Triunfo. Luna luchó por sus sueños y los alcanzó”.
Enero de 2019
Un mes después, Luna mandó un mensaje vía WhatsApp para decir que sabía que su sueño de venir a California probablemente terminó porque había renunciado a su solicitud de asilo el año anterior.
Pero luego, unas semanas más tarde, envió un vídeo suyo, de pie, en un lugar con mucho viento, y con el muro fronterizo detrás de ella.
“¡Mira!” exclamó Luna. “¡Crucé! Te veré en San Francisco, junto al puente Golden Gate para tomar un café”.
WhatsApp se mantuvo en silencio durante semanas.
Febrero de 2019
Recibimos finalmente una llamada que debimos pagar del centro de detención de Otay Mesa. Luna dijo a través de la línea telefónica desafinada que estaba en la misma celda y en la misma cama en la que se había quedado el año pasado.
“Le quita las alas a una mariposa, así me siento yo ahora”, dijo Luna. “He sido una prisionera en mi propio cuerpo, ahora soy una prisionera aquí”.
12 de marzo de 2019
Después de que Luna estuvo detenida durante unas seis semanas, ICE nos concedió permiso para entrevistarla en persona en Otay Mesa.
Seguimos a un guardia a una sala de espera con otras familias. Un letrero sobre el escritorio de metal gris de un guardia decía: “la esperanza es el ancla del alma. Sé agradecido”.
Cuando llamaron nuestros nombres, pasamos por una puerta pesada hasta donde Luna estaba sentada en una pequeña habitación. Vestía sandalias Crocs azules, calcetines marrones y un uniforme azul con la palabra “detenida” estampada en la espalda con letras blancas.
Se veía demacrada y exhausta, pero sus ojos aún brillaban. Su cabello era muy corto. Luna dijo que tuvo que cortárselo todo después de que un hombre le quitara un trozo de cabello con una navaja.
“Me dijo que no toleraba a los homosexuales y me cortó con la navaja”, dijo Luna. “De un rastrillo de una rasuradora me cortó mi cabello. Fue muy duro para mí porque me dijo que si yo me quejaba con los oficiales me iba a ir peor”.
Luna dijo además que eso sucedió en el Centro Correccional Metropolitano, una cárcel federal en San Diego, donde estuvo detenida durante aproximadamente una semana después de que los agentes de la patrulla fronteriza la recogieran. Fue acusada allí del delito federal de reingreso ilegal a Estados Unidos, luego de que el presidente Trump intensificara los enjuiciamientos bajo una política de “cero tolerancia”.
Pero el acoso sexual en el centro de detención de ICE fue aún peor, agregó Luna.
“Aquí hay personas que nos tocan el trasero, que nos tocan las bubis que nos miran cuando nos estamos bañando”, dijo Luna. “ Quieren que nos enseñen sus partes. Yo no quiero estar más tiempo acá. Yo sé que si yo me meto una queja, no me van a hacer caso. Yo se que no me van a hacer caso”.
Además, Luna dijo que no le alcanzaba el dinero para comprarse champú o bocadillos en la tienda del centro de detención. Agregó que otros presos se ofrecieron a comprárselos a cambio de favores sexuales.
“Yo no voy a hacer algo que no me guste por una sopa que vale 60 centavos de dólar”, dijo Luna. Yo no voy a estar haciendo cosas malas, tener sexo con nadie acá. Toda la discriminación que vivimos allá afuera, acá es peor porque acá es otro mundo. Acá es un mundo de la discriminación y la homofobia y el acoso es súper grandísimo. Es peor que allá afuera. Porque acá no tienes para dónde ir, acá está todo cerrado”.
Un estudio en 2018 encontró que los inmigrantes LGBTQ tienen casi 100 veces más probabilidades de ser acosados o agredidos sexualmente durante una detención de ICE.
“He sido prisionera en mi propio cuerpo, ahora soy una prisionera aquí”, dijo Luna.
Luna dijo que no quería llorar delante de nosotros. Quería ser la persona fuerte que nos había impresionado con su coraje y tenacidad cuando la conocimos en Tijuana cuatro meses atrás.
Pero después de nuestra entrevista nos asomamos por una ventana de la pequeña habitación. Tenía la cabeza sobre la mesa y sollozaba.
El segundo período de detención de Luna solo duró un par de meses. ICE trató de deportarla lo antes posible: había reingresado a Estados Unidos escalando la valla fronteriza y violó la prohibición de cinco años de reingreso que se le impuso cuando fue deportada por primera vez. Ahora se le prohibió regresar al país en 20 años.
Esta era la segunda vez que estaba detenida y todavía no tenía abogado. Nadie que le ofrezca una alternativa al asilo, algo llamado “Retención de la Expulsión”, que ha permitido que algunas mujeres trans de Centroamérica se queden en Estados Unidos.
“Si ella se hubiera asociado con un buen abogado de asilo, ahora mismo estaríamos teniendo una conversación realmente diferente sobre ella”, dijo Love. “Podríamos estar hablando de ella ahora en 2020, inscribiéndose en una universidad comunitaria o, ya sabes, consiguiendo su primer apartamento o, de hecho, obteniendo su residencia legal permanente en Estados Unidos y una green card o permiso de residencia. Pero en cambio, no se le proporcionó el proceso que se merecía”.
“No es seguro que te quedes en Guatemala”
Marzo 27 de 2019
Luna fue deportada por segunda vez a la Ciudad de Guatemala. KQED contrató a un equipo de filmación para encontrarse con ella cuando bajara del avión.
Contó cuatro dólares estadounidense de una bolsa de plástico marcada como “propiedad personal”, dinero ganado trabajando en la lavandería del centro de detención. Se pasó la mano por la cara, como queriendo que todo desapareciera.
Luego se dirigió a la Asociación Lambda, una organización LGBTQ en la Ciudad de Guatemala que ayuda a los deportados, que después de escuchar su historia, un empleado de admisión le dijo a Luna que no era seguro quedarse en Guatemala.
“Su perfil es de alto riesgo”, dijo.
No necesitaba recordarle sobre las mujeres trans que fueron asesinadas recientemente después de haber sido deportadas a Centroamérica. El empleado de admisión dijo también que le preocupaba que los proxenetas en su ciudad natal pudieran tener conexiones en la Ciudad de Guatemala y rastrearla.
Consiguió una casa segura en un lugar secreto, pero Luna decidió irse después de pasar una noche allí. Se negó a sentirse encerrada de nuevo.
A estas alturas llevábamos cinco meses informando sobre la historia de Luna. Algunos oyentes transgéneros de California Report en Modesto que escucharon una de las historias, la contactaron y le enviaron 80 dólares, dinero que la ayudó a salir de Guatemala nuevamente y emprender otro viaje de regreso a la frontera. También organizaron un drag show dedicado a Luna.
Abril y julio de 2019
Después de unos meses más, Luna encontró la manera de salir de Guatemala y regresar a México. Solicitó una visa humanitaria para quedarse temporalmente y encontró trabajo haciendo tortillas en un restaurante de Tapachula. Conoció a algunos nuevos amigos, otros migrantes transgéneros.
Pronto, llena de valor por sus nuevos amigos, decidió vestirse de mujer nuevamente para cenar con ellos en un café local.
La mañana siguiente, a las 6 a.m. llamó llorando. Dijo que había sido violada por cinco hombres armados, que la secuestraron mientras esperaba un taxi después de cenar. Dijo que la golpearon y la patearon en los riñones, donde se estaba recuperando de una reciente infección.
“¿Por qué tengo que sufrir tanto? ¿Por qué la vida es injusta conmigo?”, sollozó Luna. “¿Por qué cuando demuestro la persona que soy, siempre me va mal, eso es lo que no entiendo”.
Luna dijo que tenía demasiado miedo de presentar una demanda ante la policía mexicana, porque probablemente no harían más que reírse de ella y decir cosas homofóbicas. Me envió una publicación en Facebook sobre la muerte de un activista gay, Juan Ruiz Nicolás, quien fue asesinado en Tapachula, el pueblo donde se hospedaba cerca de la frontera con Guatemala.
Como no reportó la violación a nadie, es difícil confirmar que Luna fue agredida. Esto es parte de la paradoja de los solicitantes de asilo. Se espera que documenten y prueben las cosas horribles que les han sucedido, pero con demasiada frecuencia, el acto de demandar estos abusos podría ponerlos en mayor peligro.
Por supuesto, como periodistas, hemos hecho todo lo posible para examinar su historia. KQED incluso demandó al Departamento de Seguridad Nacional para obtener los registros de Luna. Pero cuando se trata de lo que sucedió a Luna en Guatemala o México, no hay forma de probar el tráfico y la violencia. Llevaba tanto tiempo en tránsito, viviendo en la calle y en refugios, que tiene poca documentación de su vida. Aún así, la historia de Luna es consistente con lo que han encontrado los defensores y las investigaciones sobre el trato de los detenidos inmigrantes transgéneros y portadores de VIH. Mucho de esto también se refleja en su solicitud de asilo y en sus registros médicos.
Luna finalmente recibió una visa humanitaria temporal y una tarjeta de identificación mexicana, válida por un año. El gobierno mexicano la envió de regreso a Tijuana, a una casa segura para refugiados LGBTQ llamada Casa Arcoíris.
Octubre de 2019
En octubre decidimos volver a visitarla en Tijuana para saber cómo estaba. Pero no pudimos encontrarnos con ella en la casa donde se quedaba porque querían mantener la ubicación en secreto.
Nos encontramos con Luna y uno de sus nuevos compañeros refugiados en un enorme supermercado donde compraban frijoles secos, zanahorias y repollo. Cada uno de ellos se turnaron para cocinar un platillo de su país de origen para los otros habitantes.
Une amige no binario de Honduras, que no quiso dar su nombre por seguridad, dijo que Luna es bien querida en la casa.
“Se ha encariñado con todo el mundo. Todo el mundo la aprecia mucho”, dijo une compañere refugiados de Luna. “Ha compartido su historia. La comunidad LGBT nos hace una conexión como familia”.
Esa comunidad, esa estabilidad, cambiaron las cosas para Luna. Llevaba vestido y lápiz labial con más frecuencia, se reía más con sus nuevos amigos.
Pero su semblante cambió cuando nos llevó a ver la sección de la valla fronteriza por donde cruzó la última vez que vino a California. Señaló ardillas y libélulas que volaban entre los listones de la cerca, entre países, sin siquiera saberlo.
“Es algo que los humanos se nos limita a veces, verdad, que no tenemos esa libertad”, dijo Luna.
Le preguntamos qué pensaba mientras miraba a través de los barrotes de la cerca hacia California.
“Es un muro que mata sueños, que quita todo”, dijo Luna “Yo dije de este muro para acá, voy a dejar todo mi pasado. No a voltear ni a ver. Aquí es el nuevo inicio, aquí volví a nacer. Eso es California, y no se va a ir. Algún día yo voy a ir ahí. No sé si hasta cuando sea el 2050 o 2100 pero voy a ir ahí algún día”.
“Gracias por contar mi historia”
Marzo de 2020
Cuando el brote de COVID-19 llegó a México, Luna nos dejó un mensaje de voz. Planeaba quedarse en un albergue con una amiga en las afueras de Ensenada.
Hablamos sobre su alivio por estar lejos del centro de detención de Otay Mesa que resultó tener uno de los mayores brotes de COVID-19. Irónicamente, ser deportada pudo haberle salvado la vida.
Por otro lado, si todavía estuviera detenida, podría haber sido entregada a un patrocinador en EE.UU., como lo han estado algunos otros detenidos transgénera, para evitar el riesgo de contraer coronavirus.
Pero un mes después, en abril, Luna dejó una mensaje de voz. Su respiración era tan pesada y astrosa que era difícil de entender. Dijo que estaba en una unidad de cuidados intensivos del hospital público de Tijuana, enferma de COVID-19. Estaban a punto de ponerle un respirador.
“Gracias por todo”, dijo Luna con voz ronca. “Por querer contar mi historia. Ojalá la gente recuerde un poco de mí”.
Luego, como ha sucedido tantas veces en los últimos dos años, la conversación con Luna en WhatsApp se quedó en silencio durante semanas.
Finalmente, luego de varias semanas en el hospital, Luna dejó otro mensaje desde su cama de hospital. La habían desconectado del ventilador.
“Ay, Dios, yo pensé que iba a morir”, suspiró. “Pero no, aquí la pinche Luna está todavía aquí. Aquí está todavía resistiendo todo esto. Tengo mucho que vivir, mucho que expresar todavía. Soy una mujer fuerte. He sobrevivido todo, puedo sobrevivir esto.”
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Noviembre de 2020
Luna nos dejó un mensaje de voz diciendo que el gobierno mexicano acaba de extender su visa humanitaria por un año más. Para ella era complicado trabajar y pagar alquiler en Tijuana. Tiene síntomas persistentes de coronavirus que incluyen fatiga, dificultad para respirar y dolor en las cuerdas vocales. Su sistema inmunológico también estaba luchando para combatir el VIH. Le preocupa que su cuerpo no sea lo suficientemente fuerte para combatir otro virus, por lo que se queda en casa lo más posible para evitar volver a infectarse con COVID-19.
Luna dijo también que ella y otros migrantes están celebrando la victoria de Joe Biden y esperan que él cumpla su promesa de campaña de “poner fin a las políticas de asilo perjudiciales del presidente Trump”, que incluían dificultar la búsqueda de protección para los migrantes LGBTQ.
Luna dijo que está lista para solicitar asilo en Estados Unidos nuevamente si las cosas cambian bajo el nuevo gobierno.
“Aquí estamos echándole ganas a la vida. Somos guerrilleras y hemos pasado por momentos difíciles. Tenemos esperanzas siempre, siempre sonriendole a la vida”, dijo Luna.
Este reporte fue traducido por el periodista Kervy Robles y editado por la periodista Adriana Morga. Carlos Cabrera-Lomelí y Lina Blanco también contribuyeron a esta versión en español.
Este proyecto contó con el apoyo de una subvención de la fundación International Women’s Media. Su programa de Subvenciones para reportar las historias de las mujeres recibe fondos de la organización Secular Society. Zoey Luna, actriz transgénero vanguardista, dio su voz para el doblaje de Luna Guzmán en el audio documental.
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